miércoles, marzo 11, 2009

RUIDOS

Mi apreciado amigo Vertiliio Valecillos tuvo la gentileza de enviarme un cuento corto sobre una de sus vivencias más recientes, que hemos querido compartir con ustedes por lo interesante y entretenido de su contenido.

"Mis muy apreciados contertulios:

¡Qué sacrificio tan grande tener que concurrir a una fiesta matrimonial!
Uno va, naturalmente, por cumplimentar al amigo y para evitar ser el blanco de esos malévolos comentarios. "Lo que pasa es que él está ya mascando el agua y usted sabe cómo son los viejos". "Hay que perdonarle su carácter esquivo, ya tiene un pie en la sepultura". O, "Tan arrocero que era cuando jóven, y mírenlo ahora tan adusto y presumido. Qué querrá, que en una fiesta concebida para jóvenes le pongamos el "Mesías" de Händel y a un volumen arrullador".

Pero quién que posea un poco de cordura y de juicio no puede soportar sin alterarse el ruido que producen las orquestas de hoy en los saraos. Se trata de uno de los peores males de nuestro tiempo. No pasan de seis los músicos, pero ¿a qué volumen tan ensordecedor hacen sonar sus instrumentos? La batería, dos trompetas, una guitarra eléctrica, un teclado, cuyo tamaño está en proporción inversa al ruido que genera. Y los cantantes, uno con cara de cerdo y el otro con aspecto de ingenuo gigoló y ¿cómo gritan? ¿Y cómo se multiplica la intensidad de los gritos a través de los micrófonos y descomunales altavoces? El propósito es evidente: inundar la sala de la mayor estridencia posible. Sacudir las vísceras de aquellos concurrentes que, de paso, se ven obligados a renunciar a una de las cosas más hermosas que hay en la vida: la conversación. Cuatro horas pasé yo en este sarao y salí de él sin haber podido informarme siquiera del nombre de las personas que estaban sentadas alrededor de mi mesa, ni ellas del mío. Para exacerbar el ánimo de la concurrencia columnas de denso humo y unos costosos reflectores que pintarrajean psicodélicamente los rostros de los que danzan y que seguramente pretenden crear una atmósfera oriental. Y la música, ¿que clase de música es?. Ni un tango, ni un bolero, ni un merengue, ni una rancherita. Nada de eso. Esas son antiguallas.

Y saber que estos ruidos van por todas partes. En los autobuses, en las plazas, en los restaurantes, en los carros, en las calles, en los campos y en buena parte de las viviendas de nuestro tiempo. Quiera Dios que la sordera no nos llegue tan tempranamente. Son tantos los gratos sonidos que nos brinda la Naturaleza que vale la pena conservar intacto el maravilloso órgano de la audición. "

Autor: Vertilio Valecillos.

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